No es fácil conocer el origen de los neologismos que se van incorporando al diccionario. Es como saber quién fue el primero que contó ese chiste que circula por todos lados con tanto éxito. Pues bien, la Real Academia ha decidido que la palabra mileurista entre en el diccionario y es bien fácil saber quién la inventó. Fue Carolina Alguacil, en agosto de 2005, cuando tenía 27 años y las expectativas frustradas por cobrar apenas 1.000 euros después de haber amasado una esmerada formación académica. Escribió una carta al director del periódico “El País” que se titulaba así: Soy mileurista. El término no ha dejado de usarse desde entonces. No hay español que no lo conozca. Ha cumplido todos los requisitos que exige la RAE para abrirle las puertas del diccionario: un uso generalizado y sostenido en el tiempo.
Se espera un mínimo de cinco años para ver si el uso se consolida. No incluyeron pagafantas porque su fama se desvaneció pronto, explica el secretario de la RAE, Darío Villanueva. Tampoco tuvieron suerte las mentes pensantes del franquismo queriendo imponer balompié en lugar de fútbol; ni el muchacho que llamó desde California molesto porque escuchaba demasiado brunch: él propuso desmuerzo, combinando desayuno y almuerzo, pero la Academia le contestó que ellos no promocionan, solo recogen aquello que se consolida en la calle, como mileurista. Carolina Alguacil está contenta por entrar en el santo volumen del español. Comparte experiencia con Ortega y Gasset, autor de vivencia, una palabra que todos manejan pero que fue un invento del filósofo ante la ausencia de una traducción eficaz para un término alemán. O con Francisco Umbral, al que la Academia le reconoce la paternidad de tardofranquismo.
Alguacil, de 34 años, aventura una definición para su palabra: “Persona que gana alrededor de mil euros de retribución laboral mensual y que (por el contexto económico o dinámica en el mercado laboral) no logra superarla a pesar de sus capacidades, experiencia y preparación”.
¿Quién es “el mileurista”?
El mileurista es aquel joven, de 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. Normalmente iniciado en la hostelería, ha pasado grandes temporadas en trabajos no remunerados, llamados eufemísticamente becarios, prácticos, trainings, etcétera. Ahora echa la vista atrás, y quiere sentirse satisfecho, porque al cabo de dos renovaciones de contrato, le han hecho fijo. Lleva tres o cuatro años en el circuito laboral, con suerte la mitad cotizados. Lo malo es que no gana más de mil euros, sin pagas extras, y mejor no te quejes. No ahorra, no tiene casa, ni coche, ni hijos, vive al día. A veces es divertido, pero ya cansa.
La generación mejor preparada tiene las peores perspectivas desde la Transición y se siente víctima de los excesos de otros. El 15-M o las protestas estudiantiles dan muestra de su indignación. Hasta ahora, muchos de estos jóvenes han contado con la ayuda de sus padres. Pero a algunos se les ha agotado ese colchón. “Todos los indicadores han empeorado, todos”, dice el sociólogo Esteban Sánchez, experto en juventud y precariedad. “Altísimo desempleo, alta temporalidad y bajos salarios. Ha sido tremendo. No hay ni un dato que nos haga albergar algún tipo de perspectiva positiva”. “La sensación extendida es que no hay futuro”, resume Guillermo Jiménez, de 21 años, estudiante de Derecho y Políticas, de la asociación de universitarios Juventud sin Futuro.
Ante la falta de expectativas, muchos cerebros de la generación mejor preparada siguen haciendo las maletas, protagonizando una fuga de cerebros “sin precedentes”, en palabras de Fátima Báñez, ministra de Empleo y Seguridad Social. Según el último eurobarómetro de la Comisión Europea, un 68% de los jóvenes españoles está dispuesto a marcharse de España; un 36% por un plazo limitado. Y un 32%, por mucho tiempo. Sólo cinco países —de 31 encuestados— nos superan: Islandia, Suecia, Bulgaria, Rumania y Finlandia.
Fuente: sociedad.elpais.com/sociedad/2012/07/26/actualidad/1343325827_796277.html