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La Colmena fue una auténtica revolución en el modo de entender la literatura. Dejando para más adelante el estilo narrativo y los diálogos (increíblemente realistas), hay que justificar esta revolución desde el punto de vista estructural: en La Colmena todos los personajes son casi igualmente importantes, de forma que cada conjunto de párrafos (a veces dos párrafos, a veces página y media), está centrada en un personaje, de modo que muchos de los personajes están conectados entre sí, y esto constituye un retrato brillantísimo de la época de la posguerra española.
Camilo José Cela (1916-2002) recibió el premio Nobel en 1989, y hay quien le achacó ser autor “de dos novelas” (por la que reseñamos y por La Familia de Pascual Duarte). No es cierto esto, pero es conocido que fueron éstas las dos novelas que le lanzarón a la fama y al unánime aplauso por parte de la crítica y de los lectores. En el caso de La Familia de Pascual Duarte, por su crudeza, su densidad de contenido y su voz narradora única e insuperable; en el caso de La Colmena, son muchas las virtudes que hay que enumerar, y más para el que escribe esta reseña, que se leyó este libro un solo día, desde que se levantó hasta la hora de comer.
Vamos por partes. Ya hemos hablado de los personajes. En algunas ediciones, como la exhaustiva por parte de Raquel Asún, se incluye un apéndice para que el lector no se pierda con este enjambre de personajes. El título está así plenamente justificado. Pero hay que decir que no es necesario, y esto es de lo más logrado de Cela: contando con decenas de personajes, el autor consigue que identifiquemos a todos ellos, que cada uno tenga una idiosincrasia, una forma de hablar característica y unas circunstancias personales propias, de forma que, cada vez que se habla de uno de ellos, se pueda detectar, tras pensar un poco, qué estaba haciendo ese personaje la última vez que lo dejamos, la última vez que el autor habló de él.
Es La Colmena una novela meramente visual. No es de extrañar que la versión cinematográfica (que en mi opinión no le hace justicia) no tardara en llegar. En una España pobre y decadente, los temas son variados pero conforman una atmósfera claramente pesimistas: la obsesión por el sexo, el aburrimiento, los vínculos sociales y familiares, la resignación, la dureza del día a día. Es una oda al patemismo cotidiano, una novela coral en la que los personajes parecen estar lanzando gritos de auxilio desde el interior, de ahí su aparencia tan realista y tan viva. Los cambios léxico-semánticos que propone Cela según qué personaje esté hablando son ciertamente admirables, ya que trasciende a su personalidad y engancha aún más al lector.
La narración, como ya se ha comentado, es en tercera persona, con lo que impera la objetividad y Cela narra las peripecias de sus personajes sin juzgarlos ni preocuparse en comprenderlos, de ahí que el lector pueda observar con detenimiento que, con toda probabilidad, lo que el escritor gallego pretendía era mostrar y expresar, con discreción pero con firmeza, su desencanto ante el modo de vida de la época, su resignación ante una sociedad corrompida y falta de moral.
Con Martín Marco, una especie de poeta que vive del cuento, se abre y se cierra la novela, donde al final se asoma un atisbo de esperanza y vitalismo, a fin de profundizar en la evolución que han podido experimentar la mayoría de los personajes más relevantes.
Es una novela que puede maravillar al lector, aunque el paso del tiempo haya lacrado su carácter actual y sus formas narrativas. Su estructura y tratamiento de los personajes son únicos, y sin duda inspiraron películas como Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson, a Robert Altman para su versión cinematográfica de los relatos de Raymond Carver (Vidas Cruzadas), y la saga de Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin.